domingo, 13 de septiembre de 2009

LA ÉTICA Y LA EMPRESA ( TERESA BISORDI DE GUTIERREZ)






Entendemos que la empresa es una factor fundamental de la convivencia social, no solamente desde su rol de animadora de la economía, de proveedora de recursos materiales destinados a satisfacer las necesidades de los hombres, sino también desde el de promotora de su autorrealización. Sus decisiones condicionan el presente y el porvenir de la sociedad política, por lo que resulte indispensable que las mismas se adopten en el marco de la ética y de la honestidad de las costumbres.
La empresa es una unidad económica, en la cual están agrupados y coordinados - alrededor de un proyecto a realizar en conjunto - los factores materiales y humanos de la actividad económica; en un espacio de libertad, de creatividad, de realización y de fraternidad, la empresa constituye el punto de encuentro de quienes aportan el capital, la materia gris y la capacidad de trabajo hacia una causa final: el cliente.
Como grupo social y como organismo vivo, desde la definición de la visión y la misión, de la estrategia competitiva, del plan de acción y de los mecanismos de control de gestión, la empresa está permanentemente comprometida con la calidad en la satisfacción de las necesidades por la que los clientes pagan y cumple un rol esencial en la definición y creación del sentido de pertenencia social de los individuos que la integran, cuya actitud global imprime su sello en su cultura.
La atracción por incorporarse a una corporación resulta de múltiples necesidades humanas tales como, aminorar el miedo a la muerte, canalizar la angustia que produce la soledad, obtener protección frente a las fuerzas naturales y sobrenaturales, frente a los enemigos o el caos y garantizar un cierto grado de seguridad para la supervive espiritual y material. A diferencia de los desterrados, los desarraigados o los vagabundos, los miembros de una corporación están siempre acompañados; ellos se constituyen en una gran familia con lazos de parentesco reales, en una hermandad o sustituto de familia, que les permite actuar como una fuerza unida para mantener la propiedad de su unidad político- territorial, para configurar una identidad propia que conserve las tradiciones culturales y para ayudarse mutuamente y defenderse de las amenazas externas.El de pertenecer a un determinado grupo social del que puedan sentirse parte - a partir de sus escalas de valores observables en decisiones y hechos y de sus pautas de comportamiento - es uno de los instintos más fuertes del ser humano. De allí la importancia del estilo de dirección y la habilidad y aptitud de ésta, para comprometerse e involucrar a los gerentes, jefes, supervisores y personal en general, para que consideren los proyectos como propios, creando el sentido de pertenencia social y haciendo sentir que la calidad, la eficiencia y la producción son objetivos propios.
Todo ello tiene directa relación con la responsabilidad social que debe asumir la empresa que,conforme el nuevo concepto que de aquélla aporta Peter Drucker, le exige a ésta convertirse en “guardián de la conciencia de la sociedad y en factor esencial de solución de sus problemas”.
Cabría preguntarse entonces que está pasando en las empresas hoy; cuál es el factor determinante de la pobreza de muchos que perdura en medio de la riqueza de pocos. ¿Será quizás que las empresas están priorizando la creación de valor para los accionistas?.En los últimos tiempos – en el marco de la globalización y de la concentración del poder económico - la renta financiera y sus propietarios - los inversionistas - han adquirido un papel relevante. “...la creación de valor para el accionista, el aumento del precio en bolsa de sus acciones, se ha convertido en un auténtico valor cultural para el establishment y un objetivo normativo que se defiende como socialmente imprescindible incluso desde el ángulo de los intereses del conjunto de la sociedad...” “Este objetivo de creación de valor para los accionistas exige que la empresa proporcione permanentemente rentabilidades efectivas por encima de las expectativas... Como ello no es fácil de lograr, han de aplicarse estrategias empresariales y técnicas de gestión que afectan de manera negativa y violenta a los demás agentes económicos y, en general, a toda la sociedad. Cabe preguntarse si la actual pretensión del máximo valor para el accionista es compatible con una prosperidad económica sostenible... Todo esto es la otra cara, a veces poco resaltada, del mismo fenómeno que se ha denunciado en las relaciones económicas internacionales o en las nuevas políticas seguidas por los gobiernos nacionales. No es únicamente una muestra de la coherencia del sistema socioeconómico, es también una pista para entender que, en realidad, muchos líderes de opinión y casi todos los gobiernos, han sido los instrumentos de difusión pública y de aplicación política de unos nuevos valores que venían emergiendo con renovada fuerza desde varios ámbitos: lobbies empresariales, círculos intelectuales y grupos de poder económico...”
Cuando las empresas priorizan la creación de valor para los accionistas, con los ojos puestos en los resultados, los costos y la supervivencia, se instala en ellas un tipo de comportamiento fundamentalista que endiosa la figura de los mercados y rechaza toda forma de control social. “En estos casos, hay una racionalidad excluyente (la basada en la ganancia) que se expresa diciendo que la misión de la empresa es la de producir bienes, servir a los clientes y luchar para ser mejores... y ”...aunque desde el mundo exterior se critique su inmoralidad y su falsa ética, ello no afecta el modo de hacer negocios, porque el exterior es también parte de un contexto competitivo sujeto a críticas...” ; y porque además siempre cabe la justificación de la no intencionalidad de los efectos de sus acciones, de considerar que no se trata de una cuestión de mala fe, de mala voluntad, de que tienen principios éticos que han sido volcados a sus códigos de ética y de que la decisión tomada en pugna con los mismos es el resultado de la presión que ejerce el contexto competitivo.
Estos procesos de degradación aparecen también en las organizaciones por cuestiones que tienen que ver con “... los usos del poder (que corrompe), la falta de justicia, los problemas culturales (como los tabúes y la ignorancia) y el pragmatismo o la ausencia de valores “ .Ello refleja una dura realidad económica y social, con fuerzas desiguales que luchan por hacerse de recursos escasos, en un contexto competitivo en el que los mercados se encargan de hacer desaparecer a los menos aptos. Las empresas debieran considerar al menos que, al margen de la responsabilidad social que les compete, no son sus accionistas los únicos que realizan inversiones y soportan riesgos; los clientes, los proveedores, los empleados, la comunidad local - por nombrar los factores más significativos que aportan a las actividades colectivas en el marco de la empresa - también realizan inversiones específicas, estableciendo interrelaciones y soportando los riesgos de su mutua dependencia.Desconocerlo sería desconocer valores éticos fundamentales como la justicia y la solidaridad.
Al respecto expresa Peter Drucker “... el problema es convertir una organización basada en el poder, en una basada en la responsabilidad. No debe concederse a ninguna organización otro poder que el necesario para su función social, y cualquier otra cosa que vaya más allá de ésto, es una usurpación”. Se trata de incorporar valores sociales a los procesos de organización; lo cual no implica un reemplazo de la idea de eficacia, sino de agregar el juicio de valor moral a los procesos decisorios. Los valores se convierten así en un límite para las decisiones, evitando que los mitos de la eficacia y de la racionalidad provoquen injusticias entre los integrantes de la empresa y/o daño a terceros. “Hay que superar el muro que mantiene fuertemente separados dos mundos y cuya polarización es un grave peligro: el mundo de la producción y de la asistencia, el del Estado y el mercado, el del interés económico y la justicia social, las leyes de hierro de la economía y sus costos sociales”. Sobre todo si se toma conciencia que el desempeño ético de la empresa es, tanto al corto como al mediano y largo plazo, la estrategia más rentable: se gana en credibilidad, en confianza, en respeto, en autoridad y en competitividad cooperativa.Conviene asimismo destacar que la rentabilidad en sí misma no es ajena a la ética, por el contrario es esencial para afrontar las responsabilidades descritas y para poder mantenerse en el negocio. Es una forma de medir la eficiencia y el valor que el público asigna a los productos y servicios. La utilidad es necesaria para poder realizar inversiones en investigación, entrenamiento de personal, tecnología y equipos, y en el desarrollo de productos y servicios que permitan satisfacer las necesidades del consumidor. Sin rentabilidad adecuada y una firme base económico -financiera no se puede cumplir con las responsabilidades antedichas.

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